Prefacio de "Tartufo" (o de cómo se quiere ser malo pero no ridículo), por Molière
Considerado como uno de los comediantes más grandes de todos los tiempos al punto de ser de los más representados hasta el día de hoy, Jean-Baptiste Poquelin, alias Molière (1622-1673) no fue un bufón simplón. Sus obras siempre buscan atacar algún defecto del espíritu, y la verdad es que lo hacen bien. Apuntó a charlatanes y arribistas de todo tipo con tanto celo que le valió varios rounds cuando los atacados se sentían ofendidos y tenían recursos políticos o económicos para hacerse valer. Sin embargo nunca cejó en lo que fue siempre su norte: "corregir las costumbres riendo".
El texto que sigue es el prefacio a su "Tartufo" (1664) que fue la obra que más dolores de cabeza le dio. Los beatos y las santurronas se ofendieron al punto que realizaron un abierto boicot a su representación, cosa que tuvo que ser zanjada por Luis XIV a favor de Molière dos años después en vista del punto sin retorno al que se había llegado. Acá los apunta con el dedo directamente, mostrando que no les interesa la integridad de la religión ni de los valores que pretenden defender, sino que lo que no soportan es ser mostrados tal cual son, con sus intenciones ocultas en una fachada de devoción. Molière, nacido en una Francia católica pero él mismo un librepensador, no pretende destruir la religión, pero sí purificarla de elementos nocivos que la corroen desde dentro. La verdad es que después de tres siglos de esta polémica las cosas no han cambiado mucho, sólo que los devotos hoy en día no sólo llevan sotana o una cruz sino que también se encuentran bajo apariencias más taquilleras y no sólo en la iglesia, sino que en la academia también, con imagen e ideales muy modernos. Lo que no cambia es el afán de superioridad moral y el sentirse profundamente ofendidos cuando les echan en cara sus defectos. Así que se trata en el fondo de un texto de gran actualidad, que vale la pena leerse.
He aquí una comedia acerca de la cual se ha hecho mucho ruido y que ha sido perseguida durante largo tiempo; los personajes que presenta han hecho ver bien que eran más poderosos en Francia que todos los que he presentado hasta aquí. Los marqueses, las preciosas, los cornudos y los médicos han sufrido pacientemente que se les haya representado y han aparentado divertirse como todo el mundo con las pinturas que de ellos se han hecho, pero los hipócritas no han entendido la broma; se han amedrentado desde el principio, pues les ha parecido extraño que yo tuviera la osadía de poner en escena sus muecas y quisiera describir un oficio al que se dedican tantas personas honradas. Es un crimen que no sabrían perdonarme; todos ellos se han armado contra mi comedia con una furia espantosa. No la han atacado por el lado que les ha herido: son demasiado políticos para ello y demasiado saben vivir para descubrir el fondo de su alma. Siguiendo su loable costumbre, han disimulado sus intereses con la causa de Dios, y el Tartufo es en sus labios una pieza que ofende a la piedad. Está llena de abominación de principio a fin y no se encuentra en ella nada que no merezca el fuego. Todas sus sílabas son impías; sus mismos gestos son criminales; la menor ojeada, el menor movimiento de cabeza, el más pequeño paso a derecha o a izquierda esconde misterios que ellos encuentran medio de explicar en mi desventaja. A pesar de haberlas sometido a la clarividencia de mis amigos y a la crítica de todo el mundo; a pesar de las correcciones que he podido hacer; del juicio del rey y de la reina, que la han visto; de la aprobación de los grandes príncipes y de los señores ministros; que la han honrado públicamente con su presencia; del testimonio de las personas de bien que la han hallado provechosa, de nada ha servido todo esto. No quieren volverse atrás, todos los días siguen proclamando públicamente fervores indiscretos que me injurian piadosamente y me condenan por caridad.
El texto que sigue es el prefacio a su "Tartufo" (1664) que fue la obra que más dolores de cabeza le dio. Los beatos y las santurronas se ofendieron al punto que realizaron un abierto boicot a su representación, cosa que tuvo que ser zanjada por Luis XIV a favor de Molière dos años después en vista del punto sin retorno al que se había llegado. Acá los apunta con el dedo directamente, mostrando que no les interesa la integridad de la religión ni de los valores que pretenden defender, sino que lo que no soportan es ser mostrados tal cual son, con sus intenciones ocultas en una fachada de devoción. Molière, nacido en una Francia católica pero él mismo un librepensador, no pretende destruir la religión, pero sí purificarla de elementos nocivos que la corroen desde dentro. La verdad es que después de tres siglos de esta polémica las cosas no han cambiado mucho, sólo que los devotos hoy en día no sólo llevan sotana o una cruz sino que también se encuentran bajo apariencias más taquilleras y no sólo en la iglesia, sino que en la academia también, con imagen e ideales muy modernos. Lo que no cambia es el afán de superioridad moral y el sentirse profundamente ofendidos cuando les echan en cara sus defectos. Así que se trata en el fondo de un texto de gran actualidad, que vale la pena leerse.
He aquí una comedia acerca de la cual se ha hecho mucho ruido y que ha sido perseguida durante largo tiempo; los personajes que presenta han hecho ver bien que eran más poderosos en Francia que todos los que he presentado hasta aquí. Los marqueses, las preciosas, los cornudos y los médicos han sufrido pacientemente que se les haya representado y han aparentado divertirse como todo el mundo con las pinturas que de ellos se han hecho, pero los hipócritas no han entendido la broma; se han amedrentado desde el principio, pues les ha parecido extraño que yo tuviera la osadía de poner en escena sus muecas y quisiera describir un oficio al que se dedican tantas personas honradas. Es un crimen que no sabrían perdonarme; todos ellos se han armado contra mi comedia con una furia espantosa. No la han atacado por el lado que les ha herido: son demasiado políticos para ello y demasiado saben vivir para descubrir el fondo de su alma. Siguiendo su loable costumbre, han disimulado sus intereses con la causa de Dios, y el Tartufo es en sus labios una pieza que ofende a la piedad. Está llena de abominación de principio a fin y no se encuentra en ella nada que no merezca el fuego. Todas sus sílabas son impías; sus mismos gestos son criminales; la menor ojeada, el menor movimiento de cabeza, el más pequeño paso a derecha o a izquierda esconde misterios que ellos encuentran medio de explicar en mi desventaja. A pesar de haberlas sometido a la clarividencia de mis amigos y a la crítica de todo el mundo; a pesar de las correcciones que he podido hacer; del juicio del rey y de la reina, que la han visto; de la aprobación de los grandes príncipes y de los señores ministros; que la han honrado públicamente con su presencia; del testimonio de las personas de bien que la han hallado provechosa, de nada ha servido todo esto. No quieren volverse atrás, todos los días siguen proclamando públicamente fervores indiscretos que me injurian piadosamente y me condenan por caridad.
Me preocuparía muy poco de cuanto puedan decir si no fuera por el artificio que utilizan para hacerme enemigos de quienes respeto y atraer a su partido a verdaderas personas de bien cuya buena fe adivinan y que, merced a su ardor por el interés del cielo, son proclives a recibir las impresiones que se les quiere transmitir. Esto es lo que me obliga a defenderme. Es ante los verdaderos devotos ante quienes quiero justificarme por mi comedia; los conjuro con todo mi corazón a no condenar las cosas antes de verlas, a deshacerse de toda prevención y no servir a la pasión de aquéllos cuyos aspavientos los deshonran.
Si se hace el esfuerzo de examinar de buena fe mi comedia se verá sin duda que mis intenciones son en todo momento inocentes y que en modo alguno se mofa de las cosas que se deben reverenciar; que está tratada con todas las precauciones que requería lo delicado de la materia y que he puesto todo el arte y todo el cuidado que me ha sido posible para distinguir el personaje del hipócrita del verdadero devoto. He empleado por ello dos actos enteros en preparar la entrada de mi malvado. Este no tiene ni por un momento al público indeciso; se le conoce desde el principio por las señas que le doy, pues no dice una palabra, no ejecuta una acción desde el principio hasta el final que no pinte a los espectadores el carácter de un hombre malvado y que no haga brillar el del verdadero hombre de bien, que le contrapongo.
Sé bien que, como respuesta, estos señores tratan de insinuar que el teatro no es lugar para hablar de esos temas, pero yo les pregunto, con su permiso, en qué fundan esta bella máxima. Es una proposición que no hacen sino suponer y que en ninguna forma prueban; sin duda no sería difícil hacerles ver que la comedia entre los antiguos tuvo su origen en la religión y formaba parte de sus misterios; que los españoles, nuestros vecinos, no celebran fiesta en que la comedia no esté presente, y que incluso entre nosotros debe su nacimiento a una solicitud de una cofradía a la cual pertenece aún hoy el Hotel de Borgoña, que fue cedido para representar los más importantes misterios de nuestra fe; que todavía se ven comedias impresas en letra gótica bajo el nombre de un doctor de la Sorbona, y que, sin ir más lejos, se han representado en nuestro tiempo obras sagradas del señor Corneille que han sido la admiración de toda Francia.
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Fotograma de la versión de "Tartufo" de Wilhelm Murnau (1925) |
Si la finalidad de la comedia consiste en corregir los vicios humanos, no veo por qué razón tiene que haber hombres privilegiados. Este vicio es, en el Estado, de unas consecuencias mucho más peligrosas que todas las demás, y ya hemos visto que el teatro posee una gran eficacia para la corrección. Los más bellos embates de una serie moral son menos poderosos, la mayor parte de las veces, que los de la sátira; y nada corrige mejor a la mayoría de los hombres como la pintura de sus defectos. Constituye un gran ataque a los vicios exponerlos a la irrisión de todo el mundo. Se soportan fácilmente las críticas, pero no se soporta la mofa. Se puede ser perverso, pero no se quiere ser ridículo.
Me reprochan haber puesto frases de piedad en boca de un impostor ¡Ah! ¿Podía yo dejar de hacerlo para representar bien el carácter de un hipócrita? Basta, creo, con que descubra los motivos criminales que le hacen decir las cosas y que haya suprimido las frases consagradas, que hubiese resultado penoso escucharle, haciendo un mal uso de ellas. Aunque expresa en el cuarto acto una moral perniciosa; pero esta moral ¿representa algo que nuestros oídos no estén hartos de escuchar? ¿Dice nada nuevo en mi comedia?¿Y puede temerse que cosas tan generalmente desatadas causen alguna impresión en los espíritus?¿Que las vuelva yo peligrosas haciéndolas aparecer en escena?¿Que adquieran alguna autoridad en boca de un bergante? No hay la menor probabilidad de ello; y debe aprobarse la comedia del Tartufo o condenar en masa a todas las comedias.
A esto se consagran furibundamente desde hace una temporada; y nunca habían arremetido en forma tan violenta contra el teatro. No puedo negar que haya habido padres de la Iglesia que han condenado la comedia; mas no se puede negar tampoco que ha habido algunos que la han tratado un poco más suavemente.
Así, pues, la autoridad en que se pretende apoyar la censura queda eliminada ante este desacuerdo; y la única consecuencia que se puede inferir de esa diversidad de opiniones en espíritus esclarecidos por las mismas luces, es que han examinado la comedia en modo diferente, considerándola unos en su pureza y otros en su corrupción, y confundido con todos esos feos espectáculos que con razón se han denominado espectáculos infamantes.
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Siempre conviene desconfiar de los que reaccionan de forma histérica ante algo que los ofende... |
Y, en efecto, puesto que se debe tratar de las cosas y no de las palabras, que la mayoría de las contrariedades provienen de no entenderse y de envolver en una misma palabra cosas opuestas, no hay más que apartar el velo del equívoco y examinar lo que es la comedia en sí para ver si es condenable. Y entonces se sabrá, sin duda, que, no siendo más que un poema ingenioso que por medio de gratas lecciones censura los defectos de los hombres, no puede censurársela sin injusticia; y si queremos escuchar a este respecto el testimonio de la antigüedad, nos dirá que sus más famosos filósofos han dedicado alabanzas a la comedia, ellos, que profesaban una sabiduría tan austera y que clamaban sin cesar contra los vicios de su siglo. Nos hará ver que Aristóteles ha consagrado vigilias al teatro y se ha tomado el trabajo de reducir a preceptos el arte de componer comedias. Nos enseñará que muchos de sus grandes hombres, y de los primeros en dignidad, se han gloriado también en escribirlas ellos; que ha habido otros que no han tenido en menos recitar en público las que habían compuesto, y, finalmente, que en Roma este arte recibió también honores extraordinarios; no aludo a la Roma libertina y bajo el desenfreno de los emperadores, sino a la Roma disciplinada, bajo la sapiencia de los cónsules y en la época de mayor auge de la virtud romana.
Confieso que han habido tiempos en que la comedia se ha corrompido ¿Y qué hay en el mundo que no se corrompa a diario? No existe cosa de tal inocencia en que no puedan encontrar los hombres algo de criminal, ni arte alguno tan sano que sus intenciones no sean capaces de trastocar; nada tan bueno en sí que no puedan torcer hacia malos fines. La medicina es un arte beneficioso, y todos la reverencian como una de las cosas más excelentes que poseemos, y, sin embargo, ha habido tiempos en que se hizo odiosa, y, con frecuencia, se ha hecho de ella un arte para envenenar a los hombres. La filosofía es un don del cielo, nos ha sido concedida para que alcancen nuestros espíritus el conocimiento de un Dios por medio de la contemplación de las maravillas de la Naturaleza, y, sin embargo, nadie ignora que, muchas veces, la han desviado de su fin, y que ha empleado públicamente en sostener la impiedad.
Hasta las cosas más sagradas no están a cubierto de la corrupción humana, y vemos malvados que a diario engañan a la piedad y la utilizan, perversamente, para los mayores crímenes. Mas no por eso dejan de hacerse las diferencias necesarias. No se envuelve en una falsa consecuencia la bondad de las cosas que se corrompen con la malicia de los corruptores. Se separa siempre el mal uso de la intención artística, y como a nadie se le ocurre defender la medicina por haber sido desterrada de Roma, ni la filosofía por haber sido condenada públicamente en Atenas, no se debe tampoco querer prohibir la comedia por haber sido censurada en ciertas épocas. Esta censura tuvo sus razones, que no subsisten ahora. Se ha circunscrito a lo que ha podido ver, y no debemos sacarla de los límites que se ha fijado, extendiéndola más allá de lo preciso, ni hacerla mezclar al inocente con el culpable. La comedia que esa censura ha querido atacar no es, en modo alguno, la comedia que intentamos defender. Hay que guardarse muy bien de confundir ésta con aquélla. Son dos personas cuyas personalidades resultan completamente opuestas. No tienen más relación entre sí que la semejanza del nombre, y sería una injusticia atroz querer condenar a Olimpia, que es una mujer de bien, porque exista una Olimpia que haya sido una libertina. Semejantes fallos provocarían, indudablemente, un gran desorden en el mundo. No habría nada entonces que no fuese condenable, y puesto que no se aplica es rigor a tantas cosas con las que se engaña a diario, debe otorgarse la misma merced a la comedia y aprobar las obras de teatro en que reinen la enseñanza y la honestidad.
Ya sé que hay espíritus cuya delicadeza no puede soportar ninguna comedia; que dicen que las más honestas son las más peligrosas, que las pasiones descritas en ellas son tanto más conmovedoras cuanto que están rebosantes de virtud, y que las almas se enternecen con este género de representaciones. No veo qué gran crimen hay en enternecerse viendo una honesta pasión; y es un elevado escalón de virtud esa plena insensibilidad adonde quieren hacer subir a nuestra alma. Dudo que exista tan grande perfección en las fuerzas de la naturaleza humana; y no sé si es mejor trabajar para rectificar y suavizar las pasiones humanas, que querer suprimirlas por completo. Confieso que hay lugares que es preferible frecuentar que un teatro; y si se quieren censurar todas las cosas que no se refieren directamente a Dios y a nuestra salvación. la verdad es que la comedia debe figurar entre ellas, y no me parece mal que sea condenada con los demás; pero suponiendo, como es cierto, que las prácticas de la piedad sufren intervalos y que los hombres necesitan diversión, sostengo que no se les podría encontrar una más inocente que la comedia. Me he extendido en demasía. Terminemos con una frase de un gran príncipe sobre la comedia de Tartufo.
Ocho días después de haber sido prohibida, se presentó ante la Corte una obra titulada Scaramouche, ermitaño, y el rey, al salir, dijo al gran príncipe al que me refiero: "Quisiera saber porqué las gentes que se escandalizan tanto con la comedia de Molière no dicen una palabra de ésta de Scaramouche". A lo cual respondió el príncipe: "La razón de esto es que la comedia de Scaramouche representa al Cielo y a la religión, que no les preocupan nada a estos señores; pero la de Molière les representa a ellos mismos, y esto es lo que no pueden soportar"
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