Fragmento de un Sueño

"El Ángel de la Muerte", de Horace Vernet; 1851 (detalle)


Mi abuela solía contarme que el día que su padre murió él se incorporó de repente de la cama y abrió los ojos de par en par. Con un índice trémulo indicó hacia el vacío y luego susurró: “Es hermoso, es lo más hermoso que he visto en mi vida”. Apenas dijo eso se desplomó y expiró.

Estaba con mi padre esperándola a la orilla del camino. Él es un hombre rústico y yo un niño pequeño. Hace frío y es de mañana. Hablamos cosas rutinarias hasta que ella llegó. Va bajando por la calle con una gracia delicada. Va deslizándose, que no caminando. Es hermosa. Es más hermosa que nadie que haya visto jamás. Su pelo blanco y liso flota en el aire. Su piel es tan clara y cristalina como la nieve. Sus ojos son tan negros que parece que cuando los miras estás mirando los misterios del universo. Es joven, pero posee sabiduría de anciana. Un vestido gris rodea su cuerpo, que debajo se adivina delgado y ágil como el de una bailarina.
-“¿Cómo les fue?”- Mi padre cruza el camino sin siquiera saludarla, sin siquiera verla. Yo corro hacia ella y le doy un beso en la frente. Está fría. Me pongo a su lado y con cuidado empezamos a caminar. La voy mirando de reojo. Es ciega, pero no le gusta usar bastón. Nadie lo nota de todas maneras, ya que se mueve con una agilidad que ya se quisieran varios que pueden ver.
-“Eres muy inteligente. Tu destino es crecer. Debes crecer, y yo debo decrecer”-
Mientras cruzamos el patio rumbo a la casa salen a encontrarnos varios niños pequeños. A mi padre ya no lo veo. Se nos acercan con entusiasmo y le hablan de negocios, negocios de niños pequeños. Ella los escucha atenta a medida que avanzamos. Poco a poco una bruma de melancolía ilumina su rostro. Yo la veo y siento que la amo y que me inspira miedo a la vez, y me doy cuenta que es un ángel, porque sólo un ángel puede ser capaz de infundir amor y terror al mismo tiempo en el corazón de un niño.

Estamos en el umbral de la casa y poco a poco comienza a nevar.






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