Andrew Loyd Weber y Tim Rice/Jesucristo Superstar (1970)
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Portada de la versión española de 1975, con Camilo Sesto en el protagónico |
A cada época le toca interpretar sus propios arquetipos de forma que resuenen apropiadamente.
Ésa sería a grandes rasgos la manera en que sebe entender una obra como "Jesucristo Superstar". Da lo mismo la versión: la con Ian Gillan, la con Ted Neeley, la de Camilo Sesto. Esta obra, por lejos lo mejor que ha salido de Broadway en toda su historia, es justamente eso. Cuando era chico recuerdo que mi mamá solía poner la versión en español a todo volumen durante Semana Santa. Mi abuela (una santa y muy católica mujer, que cantaba como sorpano ligera y tenía rudimentos de latín) siempre ponía el grito en el cielo, sobre todo el Viernes. "Ya pusiste esa música de canutos!" Decía ella, y se retiraba indignada.
La verdad es yo encontraba esa música un poquitín estridente a esa edad. No se confundan, porque algo de música rock ya conocía, pero se me hacía raro que una música con contenido religioso sonara de esa manera. Y mirando en retrospectiva creo que al final se trataba de un error de interpretación.
"Jesucristo Superstar" no es música religiosa. Ni por asomo. Que las Iglesias, las Pastorales u otras instancias por el estilo se apropien de ella y la monten para Semana Santa es un desarrollo posterior. Porque ni Andrew Lloyd-Weber ni Tim Rice son tipos con un espíritu muy religioso que digamos. Y eso está bien: en Occidente la religión local huele a podrido hace mucho y eso se manifiesta en la que debiera ser su modo de expresión más poderoso, el arte. Las iglesias, la música, las artes visuales... todo lo que últimamente tiene un origen religioso/cristiano en Occidente es profundamente feo, o kitsch, o ambas dos. En fin, que ni se asoma a las glorias del Románico o del Barroco (aunque para todo hay excepciones). No es de extrañar que haya tanta gente que huye de la Iglesia como la peste. Arte y religión están unidas indisolublemente al punto que se puede decir sin dudarlo que si el arte decae, su religión asociada también y viceversa, porque es indicativo de que esta última no posee capacidad de generar belleza y sublimidad.
¿Dónde está el Palestrina, el Bach de la era posmoderna? No existe. Así de simple. Después de la Contrarreforma en el mundo católico todo se fue fosilizando paulatinamente al punto lamentable de hoy, en el cual la música es el pariente pobre del rito, en circunstancias que posee un acervo musical de más de mil años, inmenso como una catedral gótica. El mundo protestante ha aportado objetivamente poco, fuera de aportes aislados y muy valiosos ciertamente; y ni hablar de las expresiones musicales asociadas al mundo pentecostal, que es de una fealdad evidente. Pero la música asociada a la modernidad - postmodernidad goza de muy buena salud, independiente de los lloriqueos de los cuarentones de hoy en día. Y como ésa es la religión dominante, la que posee las riendas, le corresponde a ella reelaborar los viejos relatos, de la misma manera en que los primeros cristianos dieron significado alegórico a muchos de los mitos grecorromanos y así se mantuvieron circulando en las venas de su cuerpo.
Por lo tanto la figura de Jesús (enigmática y críptica como ninguna) También va a sufrir cambios en esta época. En Latinoamérica por un momento en el tiempo se puso del lado nuevamente de los desposeídos y de mano de la Teología de la Liberación buscó la reforma profunda y efectiva de la sociedad, cosa que fue reprimida desde Roma y que cercenó la última reforma posible. En el Norte en cambio Jesús se convertirá en sujeto de espectáculo, merced al ethos gringo. Pero la gracia (y el secreto de que "Jesucristo..." se haya convertido en una obra perdurable) radica en que este espectáculo servirá como marco para otra cosa: para una readecuación del arquetipo, pero no en un vaciamiento de éste al punto de convertirlo en un mero dibujo sin profundidad como podría ser la tónica en el siglo XXI.
Lo bonito de "Jesucristo..." es que hace descender la figura del galileo del altar y lo vuelve más humano. Humano al punto de que duda y siente que no puede con la misión que tiene que llevar a cabo. No tiene la intención de interceder ante Dios por nadie ("Salvaos vosotros!") El breve pasaje del huerto de Getsemaní se amplifica al punto que se convierte en una reflexión inteligente sobre la condición humana, en la cual Jesús increpa al creador (que no su padre) en una diatriba que roza lo existencialista. Tampoco hay resurrección, y es Judas (el auténtico motor narrativo en la obra) el que cierra la obra increpando a Jesús sobre si su sacrificio valió la pena en algún lugar perdido en el éter. Nada de esto calza con la narrativa teológica, pero da la impresión que nadie en el mundo cristiano se ha querido dar cuenta de este hecho, al punto que han hecho de esta obra parte integral del repertorio sacro, a la par del "Aleluya" de Haendel o del "Ave María" de Schubert.
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Fotograma de la versión fílmica de 1973 |
Los demás personajes sufren metamorfosis similares, aunque si se miran más de cerca se pueden advertir ciertos lazos con el pasado. Pero no es un pasado asociado a la narrativa oficial, sino que es uno relacionado con la religiosidad popular. La Magdalena se atiene a la conocida creencia del profundo amor erótico que ella siente por Jesús. Pilatos es el hombre atrapado entre su papel político y su simpatía por ese judío singular.
Pero en el fondo el musical trata sobre Judas: sobre sus dudas, sus objeciones a la postura de su maestro, lo errático de su actuar ante los ofrecimientos de Caifás (el villano al que hoy por hoy los exégetas han hecho malabares para expiar sus responsabilidades por miedo al sionismo). Judas es el antónimo dinámico ante la figura de Jesús, que a pesar de toda la humanización de la que es objeto sigue siendo un personaje hierático, que en su condición de profeta no posee margen de maniobra ya que su propósito es manifestar una verdad más grande que él y ante eso no puede hacer nada.
Teológicamente el Jesús que se manifiesta acá más claramente en ese sentido es quizá el de Marcos: contestatario, rebelde, cuya iconografía tradicional es un león. Así y todo un tufillo gnóstico se deja oler para los que son capaces de percibirlo, al mostrar a un Judas protagónico, que a veces incluso tiene más claro el propósito del Mesías que él mismo. De todas maneras es difícil precisar, básicamente por lo que mencionamos al inicio, que es que en el fondo se trata de una cuestión que hoy en día no interesa. Lo que interesaba (y que sigue interesando hoy en día) a los gentiles sobre la figura de Jesús son dos cosas: lo que dijo (o pudo haber dicho) y su iconografía. Esta última va a ser objeto de una profunda transformación en nuestros tiempos para convertirse en esa cruza de guerrillero cubano y hippie de San Francisco que la gran mayoría suele asociar a su figura hoy en día. Y es que algo de eso hay, de otra manera "Jesucristo Superstar" no sonaría tan orgánico y bien aceitado como suena.
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