Teologías Antiguas, Teorías Modernas

En la época actual nos gusta pensar que vivimos en un mundo donde las libertades han alcanzado una realidad que nunca se había logrado en otro momento de la historia humana. Y eso se refleja sobre todo en un lugar común que se ha generalizado bastante, que es que la actual es la época de la ausencia de dogmatismos.
Tendríamos que partir preguntándonos qué es lo que se entiende por dogma. El término es de origen cristiano y hace referencia a cualquier afirmación que se toma como referencia incuestionable. Los famosos “dogmas de fe” de la iglesia, que tantos dolores de cabeza le han dado tanto a sesudos teólogos como a nuestros modernos monitores de pastoral, básicamente por el mismo motivo. Los dogmas marianos, los tortuosos caminos de la cristología, y la Trinidad (ese monstruo teológico en palabras de Borges) han demostrado ser un constante desafío al pensamiento lógico demostrado muchas veces las falacias del lenguaje a la hora de expresar realidades que no son aprehensibles de manera directa. La teología y la mística siempre se han valido de un lenguaje paradójico para expresar sus ideas. La diferencia es que la primera siempre se ha esforzado por racionalizar su visión, algo que el místico da por sentado que es imposible.

"La Trinidad", de Masaccio (1425 - 28)

Así y todo hay algo de heroico y trágico en el pensamiento teológico. Se da por sentado que su objeto de estudio es infinito e imposible de definir y sin embargo se embarcan a delimitarlo de todas maneras. Ante el fracaso reiterado de sus intentos nunca se amilanaron, básicamente por un motivo: el pueblo llano no entendía ninguna de sus afirmaciones. Y ese fue el momento en que se dieron cuenta de un hecho importante: mientras más difícil sea el lenguaje en que te expresas más fácil es poder mantener un lugar de superioridad respecto a los demás.
Con esto no quiero denostar a todos los teólogos. Agustín de Hipona, Al Gazzali, o Platón y Aristóteles si queremos verlo desde un plano más amplio, todos buscaron definir el infinito y en cierta manera lo lograron, cuando daban por sentado que su búsqueda era inconclusa. La “Metafísica” de Aristóteles por ejemplo es un compendio disperso de múltiples tentativas de acotar lo inacotable, sin lograr agotar ninguna. Lo que hace que estas tentativas no naufraguen es que sus teorías parten desde su propia experiencia vital y es ésta la que configura posteriormente su discurso. Es esa experiencia inefable la que las mantiene vivas y que no sean un mero juguete lingüístico[1].
Pero también están los teólogos del poder, los sumos sacerdotes que toman los conceptos que elaboraron los filósofos para definir a Dios y los instrumentalizan para convertirlos en dogmas, ideas incuestionables que hay que acatar bajo pena de exilio y muerte, y mientras más incomprensibles sean mejor, ya que de esta manera sólo los especialistas estarán en condiciones de interpretarlas y de darles esa interpretación estereotipada al vulgo, que no poseerá ya acceso directo a lo sagrado, que es al final el gran propósito de los diversos profetas y hombres de sincera espiritualidad. Así se da vuelta a la rueda y el poder vuelve a estar de mano de la oligarquía y cualquiera que busque sentido a su vida debe recurrir a ellos para encontrarla. Ese es el proceso que se ha vivido en todas las religiones establecidas, no sin movimientos de reflujo que producen renovaciones y limpian la atmósfera de tanto incienso.
Pasó el tiempo y en Europa la hegemonía cristiana empezó a declinar. Son tantos los factores que contribuyeron a esto que sería ridículo presentarlos en ésta, una mera exposición de mi opinión. No soy historiador ni filósofo, sino un mero diletante que necesita escribirse para poder entenderse mejor y desde ahí poder entender lo que le rodea y viceversa. Volvamos a retomar. Hay un punto en que las ideas se elaboran y empiezan a crecer como un árbol de manera descontrolada. A partir de un tronco principal surgen y surgen ramas y el árbol se ve frondoso y abundante, pero muchas veces tras esa apariencia de fertilidad la verdad es que la savia empieza a perderse y ante esta perspectiva caben dos desenlaces: o se poda el árbol o derechamente este se apolilla y se cae solo. Lo que ocurrió con la Reforma, el Humanismo y la Contrarreforma es que el árbol cuando se quiso podar ya tenía su tronco hueco y sólo quedó un tocón, un tocón que todavía tiene vida, pero tocón al fin. Y en la superficie de ese tocón iba a empezar a surgir algo nuevo.
La Ilustración va a pretender ser un nuevo inicio para Occidente, donde la ignorancia y el oscurantismo del Medioevo serían desterrados y el ser humano sería guiado por la luz de la Razón. La meta final será que la sociedad se libere de la pesada cadena del dogmatismo religioso y poder desarrollar sus capacidades en toda su plenitud. Hay que entender de todas maneras cuáles son las capacidades del ser humano, mejor dicho de dónde provienen. Y para la Ilustración estas capacidades residen exclusivamente en su razón.
Dijimos más arriba que una de las características del pensamiento teológico es la de intentar sistematizar una realidad que se da por sentado que es inabarcable. Y que dicha sistematización forzosamente tiene que pasar por una racionalización de dicha realidad que se excede a sí misma y más aún al observador. Si la razón es el arma que se utiliza para sistematizar la realidad con mayor razón aún iba a ser utilizada por los filósofos de la Revolución Científica y la Ilustración. La “Ética” de Spinoza va a ser un esfuerzo supremo por establecer una visión panorámica de la Divinidad a partir de la razón, tanto en su método como en sus conclusiones. Su caso es muy destacable. El fondo de su pensamiento tiene una resonancia mística de la cual quizá él mismo no estaba al tanto, producto de su rica herencia cultural (como descendiente de judíos portugueses y por ende un vástago del pensamiento hebraico de Al Ándalus), pero su elaboración y sus conclusiones son propias del pensamiento moderno. Es una bisagra entre lo antiguo y lo nuevo que es peligrosa para ambas partes, lo que motivó ser despreciado en vida por la comunidad judía y marginado por la Academia después de muerto hasta hace relativamente poco.

Spinoza por Franz Wulfhagen (1624 - 1670)

La meta última de la filosofía del Siglo de las Luces será una religión puramente racional, con exclusión del ritual, la mística y lo sobrenatural y una concepción de Dios como creador pero que no interviene en el mundo (deísmo), y al transitar por este último punto se termina llegando al ateísmo puro y simple, ya que en la práctica creer que Dios no interviene en el mundo es tanto como dar por sentado que no existe. A esta consecuencia lógica es la que se refiere Nietzsche en su famosa proclama.
Si no hay Dios no hay teología que valga la pena, ya que su objeto de estudio es inexistente. Ante esta novedad muchos supusieron que el autoritarismo férreo no podía subsistir ya que los sacerdotes se iban a quedar sin argumentos. Lo ingenuo (o lo cínico) de esta manera de entender el problema es análogo al viejo refrán: “muerto el perro se acaba la rabia”. Pero un virus no necesita de un huésped en específico para poder proliferar. Sólo necesita un huésped, nada más.
Bajo cualquier utopía liberadora que se construye, sea ésta viable, real o no, siempre crece la maleza del sacerdote. Entendemos al sacerdote como a ese que busca convertirse en mediador entre la utopía que se defiende y el vulgo, ya que éste siempre es incapaz de poder integrarla en su vida por sí misma debido al estado lamentable en que se le mantiene. La concepción tradicional de religión puede que haya perdido fuelle, pero eso no quiere decir que el dogmatismo haya muerto. De ninguna manera. Prueba de ello es que una vez que el teocentrismo quebró no tardaron en aparecer nuevas formas de fanatismo propias de un cruzado o de un inquisidor.
La naturaleza misma del espíritu ilustrado, su concepción racionalista, que niega la existencia de otras facultades de comprensión del mundo, su pretensión de culminación del proyecto humano, generó un nuevo tipo de dogmatismo, independiente del dogma religioso, un dogma en el cual la materia es ama y señora y cualquier tipo de mística o simbolismo no son más que expresiones de demencia cuando no de estupidez. El racionalismo y el espíritu cientificista que busca cuantificar todo y lo que no se puede cuantificar simplemente se descarta no deja de ser reduccionista y posee una casta nueva y joven de sacerdotes, que ya no salen de los monasterios, sino de las universidades laicas de nuestro tiempo. De hecho, no porque la religión fuera desplazada de su lugar dejaron de proliferar sectas de todo tipo, y no estamos hablando de sectas que tengan como base el pensamiento religioso como lo entendemos habitualmente, sino que de sectas que tienen su base en supuestos “científicos”, con proyectos racionales limpios y claros como son los partidos políticos de todo tipo. El fanatismo ideológico, sea de corte fascista o progresista, es la cristalización perfecta del pensamiento dogmático contemporáneo. Incluso el fundamentalismo islámico (que posee una base más política que religiosa) o el nazismo, que tienen una apariencia de irracionalidad tan incuestionable, poseen en el corazón de su pensamiento una forma de encadenar ideas y argumentos tan irrefutable y que se sustenta en ideas tan limpias que merece la pena preguntarse si al final no son más que un producto más de la modernidad (ciertamente un producto residual, tóxico a la manera de un desecho nuclear). Cuando uno lee a Sayyid Qutb o “Mi Lucha” uno no puede sino admirarse ante la apariencia lógica y racional de sus argumentaciones. Como se nos ha inculcado desde niños que un sistema de pensamiento se legitima a partir de esas cualidades no nos debería extrañar que sus doctrinas tengan tantos seguidores hasta el día de hoy.

***

Se hace muy difícil atacar a alguien cuando posee buenas intenciones. Esto, que puede sonar cínico y feo, es la piedra angular de todo activista político, de todo cientificista, de todo sacerdote moderno, que busque administrar eficientemente su rebaño. Es una lección aprendida hace muchos siglos ya y que arranca desde el inicio mismo de las jerarquías religiosas. Nadie medianamente informado podría dudar del profundo sustrato ético que hay en las religiones tradicionales y sin embargo ahí están, los sacerdotes que muchas veces contradicen dicho sustrato con tal de conservar la pureza del dogma. Hoy en día ya no se dice “Dios lo quiere así”, pero se dice “está respaldado científicamente”, y con eso cualquier objeción se acalla, aunque esté justificada. El decir que la ciencia es un instrumento neutro es algo falaz, porque siempre se tiene que interpretar la evidencia y esa interpretación se halla velada por la visión del observador. Por lo tanto la razón por sí sola es una herramienta tan falible como cualquier otra facultad humana. Nadie niega que nuestro mundo actual no tenga problemas que no estén resueltos, que se encuentre a la deriva o que incluso se pueda hablar de su colapso. Pero hay que ser muy cautos ante cualquier ente que intente erigirse como el salvador del mundo, sea de derecha o de izquierda, porque al final al parecer lo único en que tenemos libertad de elección es en quién nos adoctrina.
Los mitos no se crean ni se destruyen, sólo se transforman.




[1] No deja de ser interesante que lo que nosotros conocemos como “teología islámica” por ejemplo se conozca en árabe como kalam, literalmente discurso, y los teólogos sean los mutakalimún, los hacedores del discurso.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Prólogo de "Un Mundo Feliz", de Aldous Huxley

"El Jardín Amurallado de la Verdad", de Hakim Sanaí

Prefacio de "Tartufo" (o de cómo se quiere ser malo pero no ridículo), por Molière