Capitalismo y Paganismo
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Moloch como fábrica. Fotograma de la Película "Metrópolis", de Fritz Lang (1927) |
“Y ¿Qué os parecen al-Lat, al-Uzza
y
la otra, Manat, la tercera?...
...no
son sino nombres que habéis puesto, vosotros y vuestros padres, a
los que Allah no ha conferido ninguna autoridad. No siguen sino
conjeturas y la concupiscencia de sus almas, siendo así que ya les
ha venido de su Señor la Dirección.”
(Qur'án,
Sura 53, 18-19, 23)
Hay una anécdota en la tradición islámica que cuenta que Muhammad
en la etapa inicial de su prédica reunió a todos los notables de La
Meca en su casa y los exhortó vehementemente a abandonar los ídolos
y consagrarse al monoteísmo. La respuesta no se hizo esperar, pero
no fue una sesuda respuesta filosófica ni teológica. Tampoco se
hizo una defensa de la tradición que ellos representaban y que era
objetada por el profeta: la respuesta fue lisa y llanamente que no
era negocio reemplazar a los más de trescientos dioses que estaban
alojados en la Ka'aba por uno solo.
Quizá en esa historia donde mejor se ven los vínculos existentes
entre la idolatría y el negocio sin escrúpulos. El paganismo, que
vamos a definir como el culto a cualquier fuerza de origen humano,
natural o sobrenatural en sí mismo, es en escencia una
espiritualidad de índole comercial: el pagano busca a través de su
práctica religiosa mejorar su calidad de vida material sin que
necesariamente busque mejorar su vida interior. De ahí viene también
la diversificación intensa de divinidades propia del paganismo: hay
tantos dioses como necesidades, dioses de la guerra, del amor, de la
embriaguez... el ser humano vive asediado por sus deseos, y si pone a
sus deseos como centro de su experiencia la consecuencia es la
divinización de éstos. Es una religión del interés personal, de
refuerzo del ego a través del culto a las necesidades de éste. No
se trata de una espiritualidad que sirva de carta de navegación a
los viajeros que buscan repuestas profundas. Sin ir más lejos, el
surgimiento del pensamiento filosófico en Grecia por ejemplo se
debió a que la religión tradicional no entregaba respuestas claras
a los espíritus más avanzados: éstos le declararon la guerra al
mito y elaboraron sus respuestas propias, si bien nunca
satisfactorias en su totalidad.
El vínculo con el capitalismo viene de que se presenta a sí mismo
como el medio último mediante el cual satisfacer todos los deseos
posibles, al punto que el hedonismo muchas veces se presenta como un
deber de primer orden (principalmente a través de la publicidad) y
el contemplativo es visto como un bicho raro y peligroso que hay que
neutralizar a toda costa. A través del consumo elevado a nivel de
culto, simbolizado en la peregrinación a los centros comerciales que
sustituyen a la iglesia o al centro cívico de antaño como centro de
la actividad humana, se satisfacen los deseos que el mismo
capitalismo construye y que el devoto busca cumplir de forma
mecánica, incluso si éstos son moralmente cuestionables. Ésta
última por cierto es una objeción obsoleta, propia de la Edad
Media, con sus nociones del precio justo y otras por el estilo. El paganismo de nuevo cuño es en gran parte una adecuación en clave simbólica de ese hedonismo, en el sentido de que promueve una espiritualidad meramente sensorial, de rituales varios y conjuros exóticos que se pueden descargar por la red, sin necesidad de interiorizar nada. Su objeto de culto también es materialista, ya que son divinidades que no poseen una trascendencia más allá de lo tangible, lo cual está en plena sintonía con el capitalismo en el cual sólo el presente y el futuro existen y el pasado y la muerte ni siquiera son dignas de pensarse. Hay un estereotipo del pagano que es feliz echando sus fluidos fuera apenas tiene ocasión (en contraposición con la visión neurótica del placer heredada del cristianismo) que es absolutamente ad hoc al espíritu de nuestra época.
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Bacanal según Rubens |
Los neopaganismos que han crecido como callampas en los últimos
años, desde los Asartús nordicistas hasta las Wiccanas feministas,
son una mera cáscara sin contenido, que brinda la ilusión de lo
trascendental mediante ritos reconstruidos y sacados de su contexto
original. El neopaganismo surge de la nada (ya que su cadena de
transmisión fue cortada por el cristianismo), y se puede presentar
como el gran triunfo tardío del nazismo en su versión himmleriana,
con sus fantasías vikingoides, su rechazo de lo semita en general
(no sólo de lo cristiano, sino que de lo judaico y lo islámico
también), su amor por lo “ario” (el hinduísmo es el otro lugar
de donde se sacan ideas) y su abandono en lo esotérico. El otro gran
triunfo es el consenso general de concebir a los judíos como una
etnia y no como miembros de una comunidad religiosa, con todas las
consecuencias que conocemos, pero eso es harina de otro costal. Todos éstos son meros simulacros de lo
que ya en tiempos antiguos se entendía que era un simulacro. La
literatura escéptica en materia religiosa era sumamente común en la
Antigüedad. En “Espartaco”, de Kubrick, un joven Julio César se
sorprende al ver que el incrédulo Graco va a sacrificar un ave a los
dioses, y se lo hace notar. Graco responde: “En privado no creo en
ninguno, como tú. En público creo en todos”.
En el paganismo se hace indispensable la casta sacerdotal más que en
ningún otro rito religioso. Se me objetará diciendo que la Iglesia
Católica y el budismo tibetano tienen una jerarquización
eclesiástica que deja pequeño a cualquier culto pagano. Yo digo que
un porcentaje muy importante del ritual y la doctrina de ambas
instituciones no es ni cristiana ni budista, y que su organización
responde a un acomodo con un poder anterior (politeísmo
mediterráneo, el Bön...) con el fin de absorberlo y prosperar a
costa suya. Esto en el caso de los primeros se ha puesto de moda
poner eso en evidencia en los últimos años, y en los segundos se
hará evidente cuando la causa del Tíbet deje de ser útil a
Occidente contra China, o cuando ésta se convierta de una vez por
todas en el gran hegemón mundial. Dentro de poco de todas formas. En el paganismo decíamos, la casta sacerdotal es absolutamente
necesaria, básicamente porque promueve una estratificación, una
jerarquización. Esto le puede parecer extraño a los que participan
de las versiones más descafeinadas, que son muy amigas de lo
políticamente correcto. Pero convengamos que el hecho de ser
aspirante a sacerdote (o sacerdotisa, para estar más a la moda) ya
implica un deseo de estar sobre el resto, por muy bienintencionado
que se esté. En cuanto a los paganismos de inspiración evoliana y
similares (los más comprometidos con la causa sin duda) ni siquiera
es necesario hacer esa aclaración (sobre el vínculo entre paganismo y extrema derecha habría que abrir otra entrada)
El sacerdote siempre se alía con el poder temporal con el fin de
mantener al rebaño tranquilo. Al capitalismo en este sentido le
conviene el surgimiento del paganismo, de la espiritualidad new age y
similares porque de esa manera puede mantener la inquietud
existencial del hombre promedio amañada. El hombre promedio, cansado
por el trabajo excesivo y la vida social y familiar alienante, no
tiene tiempo para reflexionar sobre la condición humana y no busca
una solución, busca un sedante, tal cual el adicto a una substancia
que la consume no por placer, sino porque le ayuda a mitigar un dolor
(físico o mental, eso es lo de menos) Por lo tanto no busca una cosa
difícil de entender, busca una solución ya masticada, y esa se la
da el gurú o como se le quiera decir al sacerdote posmoderno, pero
no con la intención de sanar, sino con la intención de engancharlo,
como lo hacen los dealers de la población. El verdadero maestro en
cambio suele darle al discípulo un purgante. Y los purgantes no son
bienvenidos en una sociedad hedonista como la actual: saben mal y sus
efectos inmediatos no suelen ser placenteros. Y de ahí tiene que
aprender a masticar, a tragar, a digerir desde cero. Todo muy
complicado y denso para los tiempos que corren, así que es mejor
leer a Jodorowsky u Osho, que te dicen que eres el mejor así como
eres, aunque seas una basura, mientras que la espiritualidad
tradicional te dice: eres una basura, esfuérzate por ser mejor. En
épocas del culto al yo como ésta ese es un mensaje feo que hay que
erradicar porque hace bajar las ventas de libros de autoayuda y
metafísica cutre. Así el mundo actual se ha vuelto lo más
parecido que hay a la Arabia preislámica, con su gran cantidad de cultos y dioses, a los cuales se les pide una mejora material a
cambio de una ofrenda igualmente material. No necesitamos más, ni
tampoco queremos más, porque el mundo que nos rodea es el del culto
a la superficie, y el que mira hacia dentro mucho es un paria que no
sabe lo que se está perdiendo.
Por su parte las religiones institucionalizadas han visto el vértigo
del capitalismo con estupor y no han sabido estar a la altura. Ven
con pasmo cómo la gente abandona los lugares donde ofician y no
quieren entender porqué. Con ello vienen las estrategias de
reclutamiento, todas ridículas, sin mayor éxito: por un lado una
visión neurótica, rígida (el llamado fundamentalismo), que como
todos los populismos llama a cambiar el mundo y efectivamente lo
hace, pero para peor. Por otro lado la estrategia naif, esa que gusta
de mostrar a Jesús como un hippie o como un guerrillero, dependiendo
del público que se quiera cooptar. Se termina adoptando la misma
estrategia de lo que se pretende destruir, ya que todos estos
enfoques dependen de una gran herramienta: el márketing, la
publicidad, lo cual muestra qué tan perdida está la batalla de
antemano. Son incapaces no sólo de una crítica sólida al sistema
(ya que este les da de comer, y en abundancia), sino que también son
incapaces de hacer una autocrítica. Se llenan de soberbia, la
soberbia del militar retirado, y por eso la gente los abandona:
prefieren la soberbia del adolescente que se las sabe todas, que es
más afin al espíritu de la época.
Así como se ha hablado de una Teología de la Liberación urge
hablar acerca de una Teología de la Tiranía.
Esta última se debiera entender por cómo la religión ha sido
utilizada para justificar regímenes que atentan contra la dignidad
humana. Se debería diferenciar de la crítica atea en el hecho de
que considera la dimensión espiritual del ser humano como un hecho
real y no como mera superstición o herramienta de sujeción social
como se ha venido repitiendo en los últimos ciento cincuenta años;
que ésta además se debe abrir paso entre una sociedad que hace
oídos sordos al mensaje de los profetas y maestros de todas las
tradiciones religiosas, los cuales siempre insisten en la
indisolubilidad de la creencia en la unicidad de la realidad (más
allá de nuestra percepción fragmentaria) con el deber ético de
establecer una sociedad y una humanidad más justas.
Debería mostrar la trampa que ha hecho el poder establecido desde
siempre al pretender disociar ambos aspectos al punto de ponerlos
como opuestos, intrumentalizando ideas que en su momento fueron
cuestionadoras y poniéndolas al servicio propio a través de la
nueva casta sacerdotal, que no sale de los monasterios sino que de
las universidades. Cuando la filosofía deviene en un lenguaje
imposible de entender excepto para los entendidos lo que se hace es
cerrar con un gran candado la reja de la sabiduría bajo el pretexto
de la “iniciación”, cuando lo que se busca es simplemente
administrar la entrada a gusto propio, siendo que la buena nueva real
es que cualquiera que esté dispuesto a echarse a andar tiene la
posibilidad de alcanzar la Verdad.
Por otra parte, cualquier lucha social debería ir acompañada de un
ideal trascendente. Lo que explica en gran parte el fracaso de los
“socialismos reales” y su posterior mutación en esa cosa blanda
y deforme que es el progresismo es que creen que cambiando los
factores materiales se genera un cambio en la esencia de manera
automática. El sueño de la razón produce monstruos y eso se viene
demostrando de forma cabal desde la Primera Guerra Mundial hasta hoy.
Roger de Garaudy, ‘Ali Shariatì, Leonardo Boff o Frei Betto por
ejemplo serían buenos puntos de partida, precursores, pero es
sintomático que ni marxistas ni musulmanes ni cristianos los tomen
en serio totalmente. Para poder generar este discurso se necesita una
mente sintética y de dialéctica profunda. Pero hoy sólo hay
sacerdotes de su propia secta y nadie quiere hablar con el vecino.
Esa es la causa de toda nuestra ruina y así seguirá hasta que el
viento cambie de dirección.
Es una asignatura necesaria porque las teologías de la tiranía
están más fuertes que nunca: están operando de forma destructiva
(hacia dentro y hacia afuera) en las tres religiones monoteístas, y
también en el pensamiento agnóstico, que hoy es más instrumental
que nunca al sistema. Religiones como la hindú, la budista o las
religiones indoamericanas padecen también de este mal, pero en forma
más atenuada. Pero eso no quiere decir que no estén en una mejor
situación. Para ellas habría que hacer otro llamado: el de la
construcción de una Teología de la Impostura, de cómo se falsea lo
trascendente para que la gente de buenos sentimientos pero pocas
luces crean que están haciendo un cambio real en el mundo siendo que
no hacen nada sino que entregarse a un exotismo de mal gusto. Cabe
resaltar algo: la tiranía es propia del Tercer Mundo, la impostura
es propia del Primero. El salafismo se alimenta de las capas
marginales de la sociedad, el pseudobudismo lo hace en las capas
medias y acomodadas. El caso es que al Brave New World que se
encuentra en vertiginosa construcción le urge sobremanera
“deconstruir” los universos simbólicos que le han dado sentido
a la condición humana y reemplazarlos… con nada. De esta forma el
gran espacio vacío se puede llenar con todo tipo de mercancías que
los mercaderes del templo están desesperados por vender.
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