Un Sueño Cartesiano

 


Anoche soñé que estaba en mi casa (grande, alta, un tanto oscura) y de repente siento que tocan la puerta. Cuál será mi sorpresa cuando abro y veo que el que toca la puerta es nada menos que Luis XIV en persona. Leva su peluca negra y rizada, es alto y de buen parecer. Atrás suyo hay un lacayo. Lo veo y aunque sé de antemano que anda de incógnito mi primera reacción es agacharme y hacer una reverencia. Quedo en esa posición mientras el rey me pide posada en mi casa. Yo sin dudarlo le digo que sí, pero le pido unos minutos para ordenar la estancia. Cierro la puerta y empiezo a ordenar el comedor. La mesa principal, que está arrimada a la ventana, la muevo para dejarla al centro. Descubro con alarma que en la mesa tengo no sólo uno, sino dos copias del "Discurso del Método", de distintas traducciones, sobre la mesa, y un tercer libro del que ya no me acuerdo, pero que podría ser "El Contrato Social" o algo peor aún... estoy pensando dónde esconderlos cuando entran Su Majestad con el lacayo y se sientan a la mesa. Yo atino sólo a poner los libros debajo de ésta. Me siento en la cabecera y Luis a mi derecha. El lacayo va a la sala a ayudar en la cocina. Empezamos a conversar de la vida y yo, nervioso de que no me pillen los libros. Al final pasa lo inevitable: el rey pasa a llevar los libros con su pie, se agacha y los pilla. "Tengo libros heréticos", le digo con chanza, y él muy serio. Me dice que cómo puede ser posible, que esos libros poseen ideas contrarias al gobierno y a la doctrina católica. Yo, todo asustado, de todas maneras le replicaba que no, que no era así, que Descartes no era ningún ateo y sí un hombre leal a Francia y a la Iglesia, y que sus ideas eran brillantes y rompedoras, pero no una amenaza. "Como rey no estoy de acuerdo contigo"- me contesta Luis - "pero como hombre puedo entender tu posición". De todas formas vuelve a conminarme amablemente a deshacerme de esos libros. "Al final la verdad sólo la conoce Allah", le respondo entre dientes. Ante esa respuesta el rey, que se había calmado, vuelve al modo sanguíneo y empieza una argumentación teológica. Que Allah no es más que una versión incompleta de Dios al faltarle la figura del Hijo y del Espíritu Santo, cómo fuera de la Iglesia no hay salvación... ante dicha situación cierro los ojos y todo desaparece, dejo de escuchar los sofismas de Su Majestad y quedo yo a solas con mi res cogitans.

Al rato, en ese estado de duda de todo excepto de mi propia existencia, se me ocurre algo que Descartes pudo haber soñado, ignoro si es invención mía o si lo leí por ahí. Sueño que Descartes soñaba con una maquinaria inmensa, que dominaba toda actividad que ocurriera en el mundo y que cada pistón, cada engranaje, funcionaba con precisión perfecta y no dejaba espacio alguno al azar o a la acción individual. En ese punto despierto y pienso que después de todo, esa máquina sí que la inventó y funciona perfectamente hasta el día de hoy. 

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